¿Qué papel juega el cerebro en nuestras emociones?
Las emociones no solo se sienten: también se construyen. Desde la neuropsicología, entendemos que nuestras emociones son el resultado de complejas interacciones entre distintas regiones cerebrales, neurotransmisores y experiencias aprendidas. Comprender esto no solo es fascinante, sino también útil: nos permite intervenir con más precisión cuando algo no va bien emocionalmente.
La amígdala: el radar emocional del cerebro
Una de las protagonistas más conocidas es la amígdala, una estructura subcortical que actúa como un sistema de alarma. Se activa ante amenazas, incluso antes de que podamos pensarlo conscientemente, y es responsable de emociones como el miedo, la ansiedad o la ira. Cuando la amígdala está hiperactiva —como ocurre en trastornos de ansiedad o en personas que han vivido situaciones traumáticas—, el mundo puede parecer más amenazante de lo que realmente es.
Corteza prefrontal: donde regulamos lo que sentimos
Por suerte, el cerebro tiene un sistema de regulación emocional: la corteza prefrontal, especialmente la parte medial y dorsolateral. Esta región nos permite evaluar si ese miedo tiene sentido, tomar perspectiva, inhibir reacciones impulsivas y tomar decisiones más racionales. En cierto modo, regula a la amígdala. Pero si estamos crónicamente estresados, esta zona puede funcionar con menos eficacia, dejando el control emocional en manos de los circuitos más primitivos.
Hipocampo: emociones y memoria, siempre de la mano
El hipocampo juega un papel clave en la memoria emocional. No solo guarda lo que nos ha pasado, sino cómo nos sentimos cuando ocurrió. Esto explica por qué algunos olores, sonidos o lugares pueden generar emociones intensas sin que sepamos por qué. En casos de trauma, estas asociaciones emocionales pueden activarse con fuerza, aunque el recuerdo sea borroso.
Neurotransmisores: química emocional
La dopamina, serotonina, noradrenalina y GABA son algunos de los mensajeros químicos que influyen en nuestro estado emocional. Por ejemplo, bajos niveles de serotonina se han relacionado con la depresión, y la dopamina está relacionada tanto con la motivación como con el placer. La regulación de estos neurotransmisores puede verse alterada por factores genéticos, ambientales, alimentarios e incluso por el estilo de vida.
¿Y qué podemos hacer con todo esto?
La neuropsicología no solo explica cómo funciona el cerebro: también nos muestra que puede cambiar. La llamada neuroplasticidad es la capacidad del cerebro para reorganizarse y adaptarse, incluso en la edad adulta. Esto significa que, con la intervención adecuada, es posible fortalecer los circuitos que nos ayudan a regular las emociones, mejorar nuestra toma de decisiones y recuperar el equilibrio interno.
La terapia psicológica basada en la evidencia —como la terapia cognitivo-conductual o la regulación emocional consciente—, la meditación, el ejercicio físico y una buena higiene del sueño son herramientas que, a través de cambios pequeños pero sostenidos, modifican literalmente el funcionamiento cerebral.
En Mente y Calma Psicólogos trabajamos desde este enfoque integrador: entendemos que detrás de cada emoción hay una historia, una experiencia, pero también un proceso cerebral que puede entenderse y entrenarse. Saber qué ocurre en tu cerebro cuando sientes ansiedad, tristeza o ira no elimina el malestar, pero te da poder: el poder de intervenir con mayor claridad, compasión y eficacia.